Aquel resultado apenas hizo mella en el Real en el corto plazo. Acabó ganando LaLiga con solvencia y no le impidió seguir remontando en la Champions, pero el orgullo de campeón impide olvidarlo como si fuese un resultado más ahora que ha pasado un tiempo prudencial. La herida, como la de Rudiger, sigue abierta.
Con el contexto actual de partido, un liderato en juego, pero muchas dudas y preguntas en Can Barça, llega la hora de «matarlos y enterrarlos». Metafóricamente, claro, que todo hay que explicarlo. Ese es el sentir del vestuario del Real Madrid. No hay lugar a regalar una segunda oportunidad de que Xavi Hernández asalte el Bernabéu y haga volar de nuevo a los azulgranas.
Porque España y su liga no tienen nada que ver con Europa y su Champions. Lo ocurrido frente a Bayern o Inter no le ocurrirá muchas veces más ante los rivales de la competición doméstica donde el Barça, a base de goles de Lewandowski va superando escollos con relativa comodidad.
El Madrid no quiere sustos. No quiere invitados a su fiesta. No quiere compañía en la azotea de la clasificación. No quiere que se le vuelva a hacer tan largo un Clásico. Prefiere seguir siendo un lobo solitario con el camino despejado.
Pero una cosa es el deseo y otra la realidad. El Real Madrid también debe mejorar y elevar el nivel. Que los árboles de los resultados no te impidan ver el bosque de las sensaciones y las apreturas de los últimos partidos. Ancelotti sabe que su plan no puede ser únicamente balones a Vinicius. Necesita que Benzema deje de cumplir años de golpe y se presente el lunes en París a recibir el merecido Balón de Oro sin tener que responder a la pregunta: ¿Qué te pasa, Karim?